No lo
dudéis: difícilmente podremos olvidar el fin de semana pasado. Seguro que
formará parte de esos recuerdos recurrentes que saldrán a relucir siempre en
cualquier reunión familiar o en los encuentros ocasionales con los amigos.
El finde comenzó cuando el viernes nos
acercamos para recoger el dorsal a la feria del corredor. La última maratón de
Sevilla que corrí fue la del 2011 y, nada más entrar en FIBES, percibimos que
esto era otra cosa, nada que ver con la tradicional recogida de dorsales en el
Estadio Olímpico. Fue un placer contactar con Manuel Rodríguez y con Daniel
Quintero (de New Balance y de la organización del Maratón respectivamente) y poder agradecer a ambos el interés que se tomaron con Pablo y
conmigo. Sinceramente, lo que más me llamó la atención desde el principio fue
el desinterés con que actuaron con nosotros. Cuando nos volvíamos para casa,
nos íbamos con la sensación de que habíamos conocido a gente que merecía la pena.
Al día
siguiente, nos pasamos todo el sábado preparando las cosas: ultimando
compras, viendo cómo abrigar bien a Pablo, poniendo a punto el carro,
preparando la mochila, fabricando el dorsal de Pablo, preparando las bicis con
las que nos iban a acompañar mis otros hijos para ayudarnos en la logística con
Pablo,… Vamos, que dejamos preparados hasta el último imperdible. ¿Nervios?
Pufffffff, como en ninguna ocasión anterior. ¿La noche? Fatal. Vulneré todo lo
vulnerable: me acosté tarde, cené mal y dormí fatal.
Y,
como no podía ser de otro modo, llegó el, digamos, día D: el día en el que el
contador de mis blogs marcaba 0
días para la Maratón de Sevilla. Los
miedos empezaron a disiparse: el día estaba definitivamente despejado
(fundamental para que Pablo pudiera venir que no lloviese), Pablo se encontraba
bien y yo también. Desaparecían los fantasmas e incertidumbres que, como sabes,
tienen todos los que se enfrentan a una Maratón. Ya solo nos quedaban dos
incertidumbres: saber si yo iba a aguantar los 42 km y si Pablo iba a aguantar
las casi cinco horas que, si todo iba bien, echaríamos para completarlos.
Pablo
y yo, acompañados por dos de mis hijas, Miriam y Ana, llegamos a la Cartuja con
el tiempo más justito de la cuenta (8:40), metimos a Pablo en su saco de
dormir, lo subimos al carro y nos dirigimos a la salida. Qué nervios. Ana, la
pequeña, iba temblando en su bici.
Por
fin, la carrera echó a andar. Pablo empezó a espabilarse, como si ya notase que
este día era diferente. Las hermanas lo llamaban permanentemente y lo animaban,
yo le cantaba y pronto él comenzó a respondernos con esas risas y gritos que
nos hacen ver que se lo está pasando en grande. Comenzamos a disfrutar.
Kilómetro
a kilómetro todo fue transcurriendo poco a poco. Conseguimos marcar desde el
principio un ritmo cansino de 7 minutos por km; cansino, pero, sin duda, una de
las claves del éxito final. Bueno, pero además de cansino, ese ritmo lento nos
ayudó, cómo decir, nos ayudó a saborear cada momento, cada calle, cada
kilómetro. Nos ayudó a saborear y paladear la carrera.
Todos
los corredores nos animaban y la gente aplaudía a nuestro paso, lo que hacía
que Pablo chillase todavía más. Era increíble cómo Pablo iban pasando los
kilómetros y no cesaba de chillar y reir. Daba auténticos botes en su silla de
ruedas. Por momentos, lo veía tan feliz que incluso se me saltaban las
lágrimas.
A
eso de las once y media más o menos llegamos a Kansas City, donde vivimos, allí
nos esperaba toda la familia y muchos de los amigos que tenemos en la parroquia
de al lado de casa. Las risas, las bromas, qué decir. Era el momento que
habíamos previsto para aprovechar a que nos ayudasen a sacar a Pablo del saco
de dormir y para que me dieran un masaje con crema de calor que me ayudase a
retrasar las molestias que poco a poco comenzaban a hacer presencia en mis
piernas.
Cinco
minutos y reanudamos la marcha. Mario, mi hijo mayor, relevó a Ana y avanzamos
Kansas City arriba. Curioso: a Pablo el parón no le gustó nada y dejó de
chillar y reír. Pero eso duró poco: al pasar por la media maratón, volvieron el
jaleo, el ruido, los aplausos y Pablo se activó de nuevo. Mario, Miriam y yo no
dejábamos de cantar y Pablo nos acompañaba a su manera con Más risas, más
gritos, más botes,…
Era
curioso: íbamos liando tanto jaleo que la gente terminaba animándose a nuestro
paso. Cuántas miradas y cuántas sonrisas a nuestro paso: estaba claro que
nuestra felicidad se contagiaba.
Pero
claro, como sin sal el cocido no tiene gracia, hacia el km 30 comenzaron las
molestias “importantes”, la rodilla derecha comenzó a resentirse y tuve que ir
forzando mucho más las posturas a la hora de empujar el carro, hasta el punto
que terminé los últimos kilómetros volcado en la silla. Fueron los momentos más
duros.
Recuerdo
que en el km 35 era yo el que le pedía a Pablo: Pablo, hijo, Pablo, grita, grita,
grita… Sus gritos y sus risas
irradian tanta felicidad que son el mejor de los bálsamos. Es como correr
dopado.
Conforme
nos acercábamos al Estadio Olímpico, mi sufrimiento se mezcló con la emoción:
el reto no solo era posible, sino que Pablo estaba pletórico.
La
entrada en el estadio, increíble. Nunca olvidaremos esa vuelta a la pista y ese
enfilar la recta de meta cogiendo las manos de Pablo y gritándole: ¡¡¡¡¡Pablo, que hemos llegado, que
hemos llegado, que hemos llegado!!!!!! ¡¡¡¡¡Que lo hemos conseguido!!!!!!!!!!
Cuando
atravesamos la meta ya no pude más y le di un abrazo casi asfixiante y rompí a
llorar como un niño chico. Habíamos cumplido un sueño: ¡¡¡¡¡¡Una maratón
juntos!!!!!! ¡¡¡¡¡Mi hijo había cumplido su primera maratón!!!!! ¡Y cómo se lo había pasado! Se lo había
pasado tan bien que, a pesar de la dificultad que para él le supone el hecho de
mantenerse sentado derecho…. ¡¡¡¡¡¡no se había caído ni una sola vez en todo el
recorrido!!!!!!! Era la señal evidente, evidente, evidente, de que había estado
a gusto y que lo había disfrutado. Nunca hasta ahora había estado tanto tiempo
bien, bien sentado.
Una
cosa puedo asegurar a todos: tengo la suerte de conocer a la persona que se lo
pasó mejor el domingo; se llama Pablo. Es más, también conozco a la segunda: se
llama José Manuel. Lo siento, pero ni el ganador de la prueba nos puede
arrebatar ese premio.
Por
todo esto, la primera palabra que se me viene a la mente es GRACIAS. Gracias a
todos los que nos apoyaron para conseguir un dorsal; gracias a todos los que
nos animaron durante la carrera; gracias a todos los corredores participantes
que también nos animaron y ayudaron; gracias a todos los voluntarios que se
volcaron con nosotros; gracias a los fisios que, con su buen hacer, han
facilitado mi recuperación tras la carrera.
Gracias
a la organización y a New Balance, en las personas de Daniel y Manuel
respectivamente, no ya porque nos ayudaron, sino porque lo hicieron sin interés
alguno, por lo que tienen mi más sincero reconocimiento.
Gracias
a mis amigos, a mi familia, a mis hijos y mi mujer, que sabían como nadie la
ilusión que teníamos puesta en esta carrera.
Y
gracias a Dios, que un día nos hizo un enorme regalo poniendo a Pablo en
nuestra vida. Pablo, ese eterno bebé, es el ángel de nuestra casa al que nunca
podemos dar tanto como nos da él a nosotros. Él es una auténtica escuela en la
que aprendemos cada día qué es lo que es importante y qué es lo que no merece
la pena. Gracias por todas las satisfacciones que nos da. Su sonrisa, su risa y
su mirada son indescriptibles y te llenan como pocas cosas pueden hacerlo.
Por
eso, puedo asegurar que lo que hemos hecho puede admitir el calificativo de
“poco común”, sí, porque desde luego es obvio que es poco frecuente: de los
9000 participantes solo había uno empujando una silla de ruedas. Pero, por lo
demás, no es nada extraordinario: creo que cualquiera de los atletas
participantes habría hecho lo mismo, porque con Pablo se disfruta tanto, verlo
feliz te reporta tanto que empujar el carro es un verdadero placer. Por otra
parte, el domingo los que nos vieron solo vieron a un padre haciendo lo que más
le gusta en el mundo: hacer feliz a su hijo, y esto, gracias a Dios, creo que
todavía no es nada extraordinario.
Todavía,
en este momento, se me saltan las lágrimas redactando estas líneas. GRACIAS a
todos los que nos han ayudado a vivir un día tan especial que recordaremos
siempre. GRACIAS a todos los que han compartido esta historia y que han hecho
que a tanta gente Pablo les arranque una sonrisa.
8 comentarios:
GRACIAS por hacernos participe de esta historia.
Enhorabuena, yo también me he emocionado leyendo ese gran día que usted y su hijo vivieron.
Un gran ejemplo de lo que es importante en estos 4 días que nos tocan vivir, felicitaciones!!.
Olé, Olé y Olé tu , hay que ver que maestro mas profundo tengo , la piel de gallina tengo. creo que os esperan muchas maratones juntos todavía y espero que lo paséis tan bien como en esta
OS LO MERECÉIS!!!!
SEGUID CORRIENDO!! :)))
P.D Y MUCHO ÁNIÑO!!! :-)
*ANIMO
Muchas gracias por la lección y por compartirlo con todo el mundo.
no hay ninguna leccion como ha dicho el maestro el no reibindica nada solo es algo que le ha hecho por que legusta a el y a su hijo le divierte
Hola José Manuel, me ha emocionado mucho leer vuestra experiencia.Yo corría la Marathon de Sevilla años atrás, el último fue en el 2001,un mes antes de nacer mi hija. Desde entonces no lo he vuelto a correr.Mi hija Clara nació con retraso psicomotor grave y la dedicación para con ella,además de una hernia discal me han impedido volver a correrla. Pero entiendo perfectamente la emoción que sentisteis. He llorado al leer vuestra experiencia, todo un ejemplo a seguir.
Un abrazo fuerte para Pablo,otro para ti y otro para el resto de la familia.
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